Pasa otoño.
La culpa desarticulada.
Las llamas de invierno crecen con fulgor,
se sustentan de las promesas
que Abril escuchó.
Creía el Cielo ser testigo de sus palabras. Y las Nubes lo abandonaron en el juicio.
La Silla también se estremecía, su vida corría peligro de ausencia.
Una Maquina de escribir,
tipea deprisa. Se arranca del pasado, quien la maldice cada 7 minutos.
Y la Almohada privada de sus derechos acusa a quien la salivó, pues sabe todos sus secretos.
Se escucha el crujir de la Botella de vino, que se arrastra al podio.
Llora las penas del público, y así,
pasa otoño,
la culpa desarticulada.
La Hoja de papel blanca, es la única que no debe disculparse, sabe lo que es el remordimiento.
Y no hay otro culpable más que el Naipe, suele sustentarse de promesas,
las promesas que Abril escuchó.
El humano apenas puede arrastras su lápida.
viernes, 28 de junio de 2013
lunes, 24 de junio de 2013
Duelo
Veinte pasos, un semáforo y alguna empanada.
Cruje la nieve virgen, cruje el suelo cubierto.
Las flores desesperadas,
aúllan en silencio.
Gotas, caen gotas, siempre más,
no se agotan.
Algún misericordioso las recolectará en su dicha,
las hará valer.
Filtrará la sal, o la pena
que las vio nacer.
Precario, pero rezas.
Inseguro y sigues rezando.
Afuera de la iglesia, el pecado es ajeno,
eterno.
Eterno es el rosario y las mil y una mostacillas,
que tus dedos aplastaban,
con esperanza
de no acabar parado
en esa silla.
Memorias, memorias, memorias
comidas por cabellos de gusanos,
o residuos de albahaca.
No las deja ir,
en cada tacto, en cada olor.
Las devuelve,
el escupo que rebota,
bajo la luz de un atardecer en las montañas,
en la isla del sol.
Impalpables,
arrinconados o extraviados.
Aquellos mismos recuerdos,
bajo la sábana de
¡El amor!
Carjadas y nada más que carcajadas
Ocultan tan bien,
la amargura
del dolor.
Se disuelven en el luto,
que crea una esperanza.
No hay funeral, ni carrusel,
no hay velos, ni cantos.
Vestidos a color
eso basta, para crear, quizás la ilusión.
Cruje la nieve virgen, cruje el suelo cubierto.
Las flores desesperadas,
aúllan en silencio.
Gotas, caen gotas, siempre más,
no se agotan.
Algún misericordioso las recolectará en su dicha,
las hará valer.
Filtrará la sal, o la pena
que las vio nacer.
Precario, pero rezas.
Inseguro y sigues rezando.
Afuera de la iglesia, el pecado es ajeno,
eterno.
Eterno es el rosario y las mil y una mostacillas,
que tus dedos aplastaban,
con esperanza
de no acabar parado
en esa silla.
Memorias, memorias, memorias
comidas por cabellos de gusanos,
o residuos de albahaca.
No las deja ir,
en cada tacto, en cada olor.
Las devuelve,
el escupo que rebota,
bajo la luz de un atardecer en las montañas,
en la isla del sol.
Impalpables,
arrinconados o extraviados.
Aquellos mismos recuerdos,
bajo la sábana de
¡El amor!
Carjadas y nada más que carcajadas
Ocultan tan bien,
la amargura
del dolor.
Se disuelven en el luto,
que crea una esperanza.
No hay funeral, ni carrusel,
no hay velos, ni cantos.
Vestidos a color
eso basta, para crear, quizás la ilusión.
miércoles, 19 de junio de 2013
Cadáveres de gusanos metidos en nuestra piel, cadáveres, pues al parecer no se mueven. Descansan. ¿Resucitarán? ¿Se habrán muerto alguna vez?. Se comen las uñas de los ilusionados.
Tragarse las palabras que refutan, impugnan, contradicen lo lejano.
Afirmarse de la confianza.
Logró desomoronar al prisionero de la última cúpula, en el castillo de la isla.
El conocer no se subestima y se fía, ciertamente, de algo real.
Habrán más memorias, y yo olvidaré la mitad. Esa mitad serán más que todos sus recuerdos.
Crecí en un campo de margaritas donde el sol temía aparecer.
Y sin embargo, sin él, jamás habrían estado aquellas flores.
Crecí y las margaritas quedaron implantadas en mí. En cada mejilla.
Me seguían a donde quiera que fuése. A cada lado del parque. En cada esquina de mi porvenir.
Una por una las fuí cortando.
Una por una me las quedé.
Marchitas, no importaban.
Seguían siendo lo que alguna vez quise que fuesen.
Todas las margaritas me las regalé, me las regaló.
Todas me las acabé y me las acabó.
lunes, 17 de junio de 2013
domingo, 16 de junio de 2013
Despierta
Despierta el niño y nubloso vislumbra la tormenta que cae en cántaros, que cae gota trás gota en las vasijas protectoras. Despierta de un día para otro, sin haber sido despertado. La soledad comete asesinato y se lo permite al niño. El niño.
Resultó como una mezcla simple de un amor que no creía brotar fuera de las llamas. O quizás de aquellos que creían no necesitar algún extinguidor. El tizón sobrante de los cuerpos se une, para formar un compuesto. Un compuesto que basta y quizás vuela a través del viento helado de la mañana.
Tras el carbón lo único que sobra son ciertas palabras, que no quisieron despegarse del cráneo humano. Memorias táctiles, viscosas. Lenguas entrelazadas para contarse en secreto el aliento de la cría emancipada.
Vaga el niño en busca de la sonrisa que jamás pudo pronunciar.
Deja de deambular un día. Simplemente quería demostrar el sacrificio. Hacerme saber que los caminos jamás estuvieron divididos.
Un pájaro, un cuervo, emprende vuelo. Tras haber sido enterrado. Tras haberle rezado a algún Dios.
Aún así emprende vuelo, la tierra es para los débiles, se decía probablemente.
La tormenta se disipa, otra vez. Solo lo hace para que los comunes y corrientes veamos en aquellos signos algún rayo de luz, bajo el sol. Las vasijas pueden ser removidas solo por hoy.
El pasado le enseñó al niño. Pudo aprender que las mentiras se agotan, las promesas se marchitan y que las margaritas se acaban. O que no se le puede regalar todas las margaritas a una misma persona. Entendió que no todo lo que la frase dice es verdad.
"Nada nos hace sentir más vivos que la muerte de otros" - Dijo la frase.
Resultó como una mezcla simple de un amor que no creía brotar fuera de las llamas. O quizás de aquellos que creían no necesitar algún extinguidor. El tizón sobrante de los cuerpos se une, para formar un compuesto. Un compuesto que basta y quizás vuela a través del viento helado de la mañana.
Tras el carbón lo único que sobra son ciertas palabras, que no quisieron despegarse del cráneo humano. Memorias táctiles, viscosas. Lenguas entrelazadas para contarse en secreto el aliento de la cría emancipada.
Vaga el niño en busca de la sonrisa que jamás pudo pronunciar.
Deja de deambular un día. Simplemente quería demostrar el sacrificio. Hacerme saber que los caminos jamás estuvieron divididos.
Un pájaro, un cuervo, emprende vuelo. Tras haber sido enterrado. Tras haberle rezado a algún Dios.
Aún así emprende vuelo, la tierra es para los débiles, se decía probablemente.
La tormenta se disipa, otra vez. Solo lo hace para que los comunes y corrientes veamos en aquellos signos algún rayo de luz, bajo el sol. Las vasijas pueden ser removidas solo por hoy.
El pasado le enseñó al niño. Pudo aprender que las mentiras se agotan, las promesas se marchitan y que las margaritas se acaban. O que no se le puede regalar todas las margaritas a una misma persona. Entendió que no todo lo que la frase dice es verdad.
"Nada nos hace sentir más vivos que la muerte de otros" - Dijo la frase.
miércoles, 12 de junio de 2013
Brotaste una mañana, bajo el manantial de mi lucero.
La mano cubría la timba, mi caricia te era inesperada.
Otoño venidero, la doncella dejó de ser críada.
Un capricho por lo que viene, infringía el aguacero.
La ciénaga,
amarra las estrellas.
Hilo a tierra.
El niño toma,
y cuelga de su mano,
el hilo reo.
Desapareció,
y azul fue su día.
Solo, sin ella.
Y ella sola, cubre migajas de certidumbre.
Ambas manos envuelven esperanzas.
Los árboles aconsejan que no haya alabanzas,
a la ilusión de la costumbre.
Ese anhelo, vacío, que quizás algún día se vaya.
La mano cubría la timba, mi caricia te era inesperada.
Otoño venidero, la doncella dejó de ser críada.
Un capricho por lo que viene, infringía el aguacero.
La ciénaga,
amarra las estrellas.
Hilo a tierra.
El niño toma,
y cuelga de su mano,
el hilo reo.
Desapareció,
y azul fue su día.
Solo, sin ella.
Y ella sola, cubre migajas de certidumbre.
Ambas manos envuelven esperanzas.
Los árboles aconsejan que no haya alabanzas,
a la ilusión de la costumbre.
Ese anhelo, vacío, que quizás algún día se vaya.
lunes, 10 de junio de 2013
"Así es por ejemplo, como un hombre a quien una mujer acaba de
decirle que le ama puede ponerse a bailar y a cantar. Con ello se aparta
de la conducta prudente y difícil que habría que desempeñar para
merecer ese amor e intensificarlo, para llegar a su posesión lentamente y
a través de mil pequeños detalles (sonrisas, pequeñas atenciones,
etc.). Se aparta incluso de la mujer que representa, como viva realidad,
precisamente el polo de todas estas conductas delciadas. Se concede un
momento de tregua: más adelannte las llevará a cabo. Por ahora, posee el
objeto por arte de magia y el baile es la representación de su
posesión."
Sartre.
Sartre.
domingo, 9 de junio de 2013
miércoles, 5 de junio de 2013
Me
sigue.
Siento su mirada, penetrar en mi espalda.
Sus ojos escapar,
para adherirse
en mí.
Como un sueño que no fue compartido.
En el que cargo en mis brazos,
los restos que temen
la soledad,
me sigue.
La siento,
a veces sus manos.
A veces un roce.
Suele ser,
tan solo, imaginación.
O quizás algún recuerdo
de cuando,
la sentía.
Vuelve a mí,
para recuperar esperanzas.
¿Por qué te fuiste?
Jugaríamos eternamente,
a mirarnos y sonreír.
O podría verte quizás,
crecer.
Crecer semillas
destinadas a la vida.
Cántame, desde mi interior.
No desesperes,
ante la ausencia del amor.
Yo estaría para tí
tu para mí.
No habría dolor.
Podríamos bailar,
sostendría tus manos.
Te fuiste y ya no sé dónde estás.
Como un pájaro que canta,
y deja de cantar.
Canta pajarito
que vienes de aquí para allá.
El sol te lo pide
pajarito que vuela sin cesar.
Ya no te veo pajarito,
te esfumaste sin cantar.
Pues a mí no me importa,
siempre te voy a recordar.
Siento su mirada, penetrar en mi espalda.
Sus ojos escapar,
para adherirse
en mí.
Como un sueño que no fue compartido.
En el que cargo en mis brazos,
los restos que temen
la soledad,
me sigue.
La siento,
a veces sus manos.
A veces un roce.
Suele ser,
tan solo, imaginación.
O quizás algún recuerdo
de cuando,
la sentía.
Vuelve a mí,
para recuperar esperanzas.
¿Por qué te fuiste?
Jugaríamos eternamente,
a mirarnos y sonreír.
O podría verte quizás,
crecer.
Crecer semillas
destinadas a la vida.
Cántame, desde mi interior.
No desesperes,
ante la ausencia del amor.
Yo estaría para tí
tu para mí.
No habría dolor.
Podríamos bailar,
sostendría tus manos.
Te fuiste y ya no sé dónde estás.
Como un pájaro que canta,
y deja de cantar.
Canta pajarito
que vienes de aquí para allá.
El sol te lo pide
pajarito que vuela sin cesar.
Ya no te veo pajarito,
te esfumaste sin cantar.
Pues a mí no me importa,
siempre te voy a recordar.
lunes, 3 de junio de 2013
Trozo
Sentados en el
suelo, en una calle que daba al mar, (el cual era imposible de ver al estar
sometido a murallas y cableados), se sumergieron en una larga conversación
banal, de la cual ninguno de los dos tenía suficientes expectativas para
arruinarla. Los espejos, fantasmas constantes, desaparecieron para ambos, ya no
se veían a ellos mismos en el cuerpo de otro, si no que veían a extraños,
desconocidos y borrachos, en busca de amparo. Esa fue la situación retorcida de
la primera caricia. Un roce, casi inadvertido de manos, sucesivo a risas y
luego un silencio atormentador, interrumpido por las olas quebrándose en
diferentes direcciones.
Dentro del silencio, de los ojos cerrados y de la
común borrachera transparentada en sueños, un hombre de pelo canoso, de un
físico deteriorado por los años, de unos ojos caídos, que pesan por todo lo que
le ha tocado ver, de unas manos rasgadas, mal utilizadas: tropezaba en la
calle. Una decisión remota, atractiva y lejana. Golpea ambas rodillas contra el
duro suelo, luego el estómago y finalmente su cara. El hombre busca ayuda, su
edad no le permite pararse, más sabe que está solo, solo en un mundo en el que
nadie debiese estarlo. Él no tenía pena,
vive en la incertidumbre de la resignación, obsoleto de la imaginación. El
hombre grita de felicidad. De una felicidad intensa, dulce licor palpante.
Recuerda sus ojos, mejor dicho, su mirada. Recuerda sus dientes, su sonrisa.
Recuerda su suave cabello de tonos cerezas, o quizás sus intensos labios.
Intenta recordar su olor, su perfume, más le es difícil. Dentro de su
felicidad, reclama:
-Dolorosa
ausencia que creé.
Y al notar el silencio, a la pareja durmiendo, y el
vacío de aquella noche, inventa versos, quizás, un cuento.
“Un cuervo muerto, me esperaba en la alfombra de entrada a mi casa.
Era una bienvenida supuse.
Sus ojos hablaban de aquello perdido.
Las luces lo penetraban intensamente.”
“Un cuervo muerto volaba arriba, en la entrada de mi casa.
No me miraba. Me quedé sentado esperando que lo hiciera.
Era de noche, las estrellas apenas iluminaban.”
“Un cuervo muerto, reposa constantemente en mi hombro.
No me doy cuenta cuando está y cuando no.
Un día lo noté.
Era demasiado tarde.”
“Pasó una niña. Pequeña, en mis
ojos, grande, en el de los otros.
Sonreía y se ahogaba en sus propias lágrimas.
Lágrimas que escurrían entremedio de vigas.
A su hombro decidió volar mi cuervo, mi cuervo muerto.
En su hombro se quedó aquel pájaro, un hueco le esperaba. “
“Esa misma tarde, volví a la entrada de mi casa. Nada me esperaba.
Me senté a esperar que aquél cuervo volviese.
Más nunca llegó.
Con mi mano puesta en aquél hombro en que solía sentarse,
Toque las cicatrices de sus pezuñas.
Supe que se quedarían ahí por siempre.”
domingo, 2 de junio de 2013
El baile de los muertos
El baile de los muertos, en la madrugada.
Las luces de los semáforos en cada esquina.
Adentro ella bailaba.
La chica quería volver a sentir.
Más sabía que nadie sentiría por ella.
Ni si quiera,
cerrando,
los ojos.
Adentro él pedía otro vaso.
No habían rastros del pasado.
Solo del presente, incluso del futuro que se avecinaba.
El tomaba su mano, sus ojos.
Su atención se desviaba,
solo un par de veces
en la chica
que quería,
volver a sentir.
El baile de los muertos sucedía.
Como dos cadaveres danzando,
en el mundo real, lúcido.
Solo con los ojos.
Pues sus manos,
sus caderas,
sus besos,
se trasparentaban como
signos del pasado.
Cada vez más invisibles
al tiempo.
La chica que quería
volver a sentir,
se sentó sola.
Él le sonreía de lejos.
El baile de los muertos continuaba,
y debía llegar a un fin.
La chica se perdió en la esquina,
la de los semáforos.
Quizo desaparecer,
borrar sus huellas
y arriesgarse a la soledad.
No creyó que podía volver a sentir.
Cargando,
con la piedra,
mas grande,
se esfumó.
Otro hombre se apiadó de sus lagrimas.
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