Ríos corren formando el camino de un lagrimal hecho de hojas
pequeñas hojas apunto de caer.
¿Se renueva el agua si corre en círculos?
No, penetra las tinieblas de enemigos.
Se forma y contacta la dureza de cenizas
su negro y sus ojos trovadores de silencio
como un ángel observa la tormenta.
Son hielos o huellas de hielos quebrados por el frío.
Desangra su rostro impasible
que sufre el invierno superficial de lirios.
Viene a cumplir su propósito.
Se eriza y cubre con dulzura su peste.
Mora en el océano una esperanza de
encumbrar milagros viejos.
Desendemoniar a los demonios
disfrazados de humano pues gimen
y en somnolencia la rabia grotesca
derrite el frío de los hielos.
Un ángel observa la tormenta
y se alimenta.
Un ángel se viste de negro
y escapa.
Se ciñe tranquila, mientras los niños lloran por el fuego.
Pobres fríos de invierno,
de rodillas imploro clemencia.
sábado, 26 de abril de 2014
viernes, 11 de abril de 2014
Raíces
Suelo desapegarme de mis raíces. Un tirón fuerte que deshaga
mi entierro. Creo que el pensamiento es bellísimo, más su belleza me lleva al
peligro. Me entrego a la palabra solamente para profesar el límite que cierne
la miseria de los espejismos. Estoy aterrada pues lucho contra Abril toda
noche. Más valoro mis lágrimas como nunca antes. Ocultarlas pareciera ya, no
valer la pena. Esconderme no me place y, temo porque quizás hacerlo me salve.
Me siento desnuda bajo un chorro de agua que penetra mis cavidades constantemente.
Desafío la emoción de trincheras y pues, el dolor asienta bien en esta época.
¿Cómo no temerle al placer? ¿Cómo no temerle a la belleza? Si ésta puede
adormecer nuestros sentidos. Mi racionalidad está en juego, el fuego la penetra
provechosamente. Mis labios tiritan magníficos tras una mano, o quizás un
cabello. Nadie me enseñó que aquello es malo, supuestamente todos debimos
aprenderlo poco a poco. ¿Cuándo fallé? ¿Cuándo miré hacia el cielo nebuloso con
pasión? ¿Cuándo caí en un hoyo infinito cuya infinidad me desafió? ¿Cuándo
decidí abarcar el amor con mi cuerpo hasta no poder más? Me pudro en
insignificancias que prevalecen en el tiempo. Me derrito como si el sol se
supiera mi nombre. Me adecúo a veces a mis raíces, y creo, que estas me
rechazan. El orgullo me obliga a separarme. Y ¿cómo separarme? Si estoy en este
hoyo obscuro que cae, y no deja de caerme. ¡Es dichosa la felicidad tormentosa!
Y aún sigo rasguñando las murallas.
lunes, 7 de abril de 2014
jueves, 3 de abril de 2014
Jugaba cuando pequeña a a coger flores hermosas y aplastarlas con un libro. Tenía una colección gigantesca de flores secas conservadas tras su destrucción. Juntas parecían cantarle a el pasado.
"Sabes que esos eran tiempos diferentes. Todos los poetas estudiaban las reglas del verso.Y las damas ponían los ojos en blanco" Dulce Jane escuchaba cada verso recitado para ella. Mis flores permanecían conservadas en un cofre. Lejanos uno de otro y sus pétalos atraídos por un viento helado de aquellos inviernos.
Recuerdo escribir mi primer poema sobre un pájaro a los nueve años. Un pájaro que me dejó. El pájaro también le cantaba al pasado y quizás en este caso, al futuro. Tuve un loro, su nombre era Abelardo. Solía acariciarlo hasta agotarlo, y recuerdo cuan fuerte mordía mis dedos. Mi padre también tuvo uno, de tanto cariño que le dio murió aplastado en su propia cama.
Las raíces de los árboles no existían, la superficialidad de las cosas era hermosa. Bailaba frente a una cámara puesta por mí misma en noches de aburrimiento. Solía hacer películas de terror protagonizadas por mí y solo por mí. Probablemente era un capricho. Grotesca, torpe. Me dolía todo. Lo pensaba todo. Lo escribía todo. Hoy soy grotesca, torpe y bueno, más bien lo mismo.
Creía que si escribía hacia el cielo, con el dedo danzando como si fuese una pluma, alguien leería mi secreto. Nunca esperé respuesta y nunca dudé de esa verdad. Creía que todas las cosas tenían alma interna, les llamaba su propio Dios. Luego fui inculcada católica. Lo tomé como la única puerta del camino. Y frustrada por no poder vivirlo, decidí caminar a misa cada vez que pudiese. Lo dejé un día en que sentada en la silla y arrodillada sentí mi cuerpo lleno de algo a lo que pude llamar Dios, o amor, o quizás odio. Eso no importa. Supe en ese instante que la iglesia era un contexto, más no, para mí, la respuesta.
La música la conocí más grande. Un día escuché un artista que solía decir que el verdadero amor nos encontraría al final. Creía en la muerte más no en el amor. Y ese mismo hombre decía "Respeta el amor del corazón sobre la lujuria de la carne. Hazte un favor: se tu propio salvador". Creo que nunca más volví. Me llevó un barco que partió de mi. Alejandra lo dijo con gracia. Partí rumbo al vacío pues ni el límite entre un cielo y un mar podía ver. Partí. Ni mi madre ni mi padre pudieron alguna vez despedirse. Tenía 13 años. Más fue una decisión. Nunca más volví.
La pena siempre estuvo. Lloraba y dolía la angustia. La pena la compartí con Catalina. Cartas y cartas enviadas y devueltas a los 11 años. El dolor se alimentaba de nuestras tripas y solíamos creer que de las de nadie más. Juntas nos usábamos para escapar.
Me adherí a la gente. Y solo así nunca estuve sola.
Hoy me cuestiono el valor que se necesita para vivir la cumbre de la vanguardia. Hoy me deshago de la gente y pareciera que no existe otra forma. La soledad tarde o temprano iba a llegar, ¿no es así? Solían decir que podía hacer amigos con la mirada.
miércoles, 2 de abril de 2014
Otoño
Abrir una puerta es, hoy, una travesía infinita. Miro los
ojos de quienes me siguen con cierta compasión. Pretendo en algún momento
abandonarlos. No hay promesa que supla mi fidelidad o mi próxima traición. Sí,
no encarno la bondad. Me siento todos los días a entonar mis voces para poder
desplegar de alguna forma mi vacío. Más las palabras no me son suficientes y
solo logro cada vez más acercarme a algo así como un final. Quizás sentencio el
futuro, el cual se ve efímero, quizás mis esperanzas no logran priorizar los
ruidos ajenos. Creía que unos ojos podrían siempre atraerme al lodo en el que
se sumergen todos los santiaguinos. Pero ese lodo hoy no me es suficiente.
Desde la lejanía de las tierras profundas observo. La belleza ya dejó de ser.
Mis cicatrices no conservan ninguna historia, mis dedos que tiritan se
esconden. Mi escribir se resume en el dolor y es que, ¿qué es más real que
éste? Si mi piel arde puedo atestiguarlo, si mi corazón se deshace en mil
pedazos – igual de válido – se transforma en alguna figura poética. Admito que
yo escribo poesía constantemente, pues es la única forma de apreciar mi sentir,
de guiar algo transparente hacia el color. Y sin embargo, sé que nada merece un
color.
Llevo una gran cantidad de días sin abrir ninguna puerta.
Malditas. Soy yo la que no se atreve. Sé perfectamente qué me encontraré tras
cada puerta y no quiero hacerlo. Sí, logro justificarme constantemente conmigo
misma y con quienes me escuchan sobre el porque me estanco. La gente parece
creerme y los considero unos idiotas por hacerlo.
Pongo hoy en mis manos, cubiertas, mi certeza. Estoy segura
de absolutamente nada, pues le temo a todo. No hay nada a lo que no le tema y
que no me haya consumido. Y vivo para esconderme. Palabras tristes escritas, no
tengo nada más de que escribir, cuando hablo no se me permite hablar de pena.
Solo quizás de algunos relámpagos que ocasionalmente y justificadamente caen en
mis tierras. El lodo es triste. Mi vacío no es compartible, no al menos hoy.
Podría ahora hablar del amor, más ni en el amor he encontrado descanso. Mis
gritos de ayuda, siempre patéticos, no funcionan. Creo haber sido introducida
en el lugar incorrecto, en la hora incorrecta. Más ni sé que es lo que se
supone que sea. A veces, no me queda nada más que rezar. Y si rezo por algo, es
por el amor. Hace unos años no creía en él. Recuerdo haber cuestionado a quién
por primera vez, me apuntó. –No te creo- le dije, y escapé. No escapé por el
capricho, simplemente no quería que existiese. Me implanté una máscara, la primera.
Suena un tanto ridículo hablar de máscaras a esta altura. Más conservo una
colección de ellas.
No, aún no creo en el amor, pues nada se me hace seguro hoy.
Sin embargo si es que el amor está creo haberlo vivido. No me siento orgullosa
de aquello. Tampoco me lo reprocho. Es el único elixir de salvación que he
encontrado en mis aguas. Me aprovecho. Siento el temblor y pronto las aguas me
envolverán y no me moveré. Me cubriré entera y hundiré mi cuerpo. Quizás así me
evite abrir puertas. Solo le pido a otoño que esta vez no me abandone.
martes, 1 de abril de 2014
Abril cae endemoniado en sonrisas, tan solo la tarde es hermosa
y cuando resuena la bruma como un velo grisáceo,
en medio de la luna
el soplido de un beso conserva
las penas.
Si de hojas se tratase el vivir a duras penas,
cuantas hojas contadas tendría ya mis sueños.
Un mirar precavido supone
algún cuidado,
el roce de una mano escondida
en otoño.
Traigo en mis ropas
dorados y naranjos quebrados
con lagrimas atraídas
de algún pájaro embobado.
Y es mi viente quien cuida
las huellas, las pisadas
las voces silenciosas
de algún pasado.
y cuando resuena la bruma como un velo grisáceo,
en medio de la luna
el soplido de un beso conserva
las penas.
Si de hojas se tratase el vivir a duras penas,
cuantas hojas contadas tendría ya mis sueños.
Un mirar precavido supone
algún cuidado,
el roce de una mano escondida
en otoño.
Traigo en mis ropas
dorados y naranjos quebrados
con lagrimas atraídas
de algún pájaro embobado.
Y es mi viente quien cuida
las huellas, las pisadas
las voces silenciosas
de algún pasado.
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