domingo, 13 de septiembre de 2015

Sobre espejos


La calma desaparece en el espejo,
o en la mirada ajena.
Me arrastra mientras, yo misma
tiro de la cuerda.
Y si me abstengo de un sujeto
que peca de gula
son sus ojos, al tacto
lo que pena.

La calma desaparece en el espejo,
o son mis ojos reflejados que enajenan
pues, no hay puertas o ventanas
para escapar del caos.
Y si me acurruco en los sueños
en los sueños en que no aparezco,
mis ojos ocultos en la sombra
me penan.

La calma desaparece en el espejo,
tras llantos de crías de ovejas
que entre ellas pastan perpetuamente.
No existe la singularidad
de una diferencia preciosa.
Y las olas se llevan esos restos
aquellos por los cuales lloro
pues me penan.

La calma desaparece en el espejo,
como fin de futuras excusas,
para nombrar a quien mira,
para olvidar a quien olvida.
Y así desde una tumba
contemplo el daño de cretinos
a quienes culpo sin razón,
y me pena.

¿Alguna vez hubo calma?
o es el espejo siempre aquél culpable.
No hay encuentro en el reflejo,
no me encuentro.