Que triste es,
mirarse al espejo y no creerse.
Creerse,
por no quererse.
Y si se
reflejara una gota de agua en alguna esquina,
no quererla
tampoco.
Y llorarse
todos los días en secreto y a voz callada,
porque una
vez que escribo estoy sola,
sola yo
conmigo.
Yo y una
mísera cantidad de palabras
qué inútiles,
jamás se expresarían
no, ni si
quiera una fracción
de cuanto
quiero pasar.
Más que
lindas que son algunas
parecen poder
cantar bajo el agua
con la voz
más aguda
y sosteniendo
un paragüas.
Tantas
cosas las embellecen.
Tantas a mi
me palidecen.
Pues me
hablo a mi misma para estar con el otro
bajo cielos
y mareas y gaviotas.
Pero
retumba en mi el verso
“Tal vez
nos quede todavía
algún árbol
en la ladera que podamos nosotros contemplar
de nuevo cada
día”
ya que lo
bello es en mí, mi salida.
Y esa frase
tanto me duele,
como si
quemara el fuego en mis manos.