viernes, 19 de mayo de 2017

Asesinato

¿Podría explicarle a alguien lo que cargo conmigo, sobre mi piel? La costumbre añeja de saborear túneles brillantes, lágrimas brillantes. La costumbre añeja de llorar en brazos ajenos, acariciando un vuelo sin clemencia, bebiendo en sorbos, en escupitajos la lejanía. ¿Tal vez con mi cuerpo podría encamar la venganza? torcer mi mano hacia el suyo y con caricias agotar el aire. Ahogarnos los dos y presenciar su muerte antes que la mía. Ahogarnos y abrir el cuerpo para ver si hay algo adentro. Introducirme en ese algo para al fin sentirme ciega. 
¿Podría yo tener un peso muerto a mi lado? Golpearía su rostro como si golpease el mío. Lo arrastraría por la calle oscura, caminaría un tiempo en la calle oscura para que mis manos tengan costras. En el callejón tomaría su rostro y así no lo olvidaría. 
Haría vivas las bocas muertas de nuestro deseo. Haría sentir el aliento fresco de la desdicha por su partida y la mía. Por nuestro juego de muerte. Y cuando en mi canto encuentre ira, solo tu podrías presenciarla. Presenciar la belleza del odio, el desgaste de los vidrios, la luz acriminada de la mañana sin lluvia.
Desde mi tumba lloraría la tuya. Y no podrás consolarme, desconfiarme. Te hablaría de mis flores, de cuando deliraba con las flores secas, de cuando guardaba piedras para que ellas me llevaran, de cuando hice de mi vida un poema y te mentía para no hablarte de ella, de ella, de mi vida. 
Pero tu me mirarías y dirías: “la vida es la farsa que todos debemos representar”. Y ahí, yo ya no te miraría. Les exigiría que me devuelvan mi voz, te gritaría a ti que me la devuelvas. Ya sabría que no la tienes, pero la luz del velador me habría obligado a pedírtelo. La luz me habría embriagado. 
Me deslizaría en el alcanzar de nuestros humos. Bocanadas de humo que tocan la fuente de mis sueños. Me dejaría silenciar por el silencio. Y así caer resignada. Así presenciar gestos vivos y besar yo misma mis manos. Así errar yo los ojos de mi cuerpo. Así irme, sí, así me iría.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Anónimo dijo...
Un momento estuvo aquí,
al siguiente se fue entre las hojas
y no quedó más
que un otoño con olor a invierno
y sabor a ceniza.

No hubo caricias
ni memorias de mejor tiempo;
abrazos quebrados
y palabras tiesas,
pesadas,
tumbando hacia un vacío
donde no añeja el pensamiento.

Sobre plazas sin encanto
brilló un claro de luna.
Las últimas gotas,
un destino cósmico,
y la esperanza expiró
en un negro navío
de silencio.